Justamente fue un año después
cuando inmersos en el principio de la gran montaña a escalar para alcanzar la
cima de la gloria, aun en la misma primavera que intentamos volver a conquistar
en el alto pico de la gracia, la espera se hizo nuevamente más agradable cuando
todo pareció que volvió a hacerse. No se hizo la Semana Santa como me tocó este
año pregonar en un rincón de Andalucía, en el mismo que me vio nacer y desde
donde escribo lo que les empiezo a contar. Pero en nuestra tierra volvía a
hacerse la magia de Dios y su magnetismo lo volví a sentir en el balanceo
mimoso y sublime de unas bambalinas donde su Madre volvía a alzarse como Reina
de su tierra, para eso la llaman de María Santísima. Que mejor ocasión, aunque
fuese algo fugaz para enamorarse nuevamente por las calles de aquella que como
dijo el pregonero, pequeño y grandioso pregonero parece siempre “dormida bajo
el hombro de la luna”, pareció que nuevamente allá por los confines zaidineros
que pintara el maestro Pradilla nos esperaba Boabdil como en los atardeceres de
los tiempos esperó a Fernando y aquella que se llamaba con el sublime nombre de
mi abuela y nos dijera aquello de “tomad las llaves del paraíso”.
Volví fugazmente a la bella e enigmática,
vieja y aun con retazos de eterna chiquilla, siempre sensual… Granada, la de
los “malafollás” y la de la multiculturalidad, la que aun rezuma a Alá y la que
florece al Dios de los Raxis, Siloé o Mora por las esquinas. Ante su magna
diosa, montaña hueca de piedra renacentista que embelesaba a mi buen amigo Cristóbal
que rememoraba aquel día de la última cena y tal vez como yo, en cada segundo
se enamoraba más de ese no sé qué, que aunque no sea Sevilla, tiene Granada. Y
es que la vieja tierra nazarí volvía a rezumar a los días de la gracia y a los
días de fiesta. ¿Cuál fue la última procesión triunfal de coronación a la que asistí?
¿Palma del Buen Fin? No lo sé… si yo supiera –como dijo otro enorme pregonero-,
pero otra vez volví a sentí el amor de esta tierra andaluza y su forma de
sentir a la hora de querer a María, y es que su Hijo, pongámosle la cara
agónica del que ora con los grafismos de Sánchez Mesa, nos dijo: “Amar a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a ti mismo” y eso ¿excluye a Dios y María? Que vá señores y
señoras, podemos colarnos lo que queramos queriendo a María, que queriendo a su
Madre, Jesús ya se siente reconfortado. Ayudemos y es que ayudamos al prójimo,
pero somos así andaluces de Jaén, de Sevilla, de Málaga o de Granada, nos gusta
así demostrar cómo queremos a María. El murmullo incesante en Pasiegas y las
copas de balón haciendo de la suyas, salía el cortejo, tarde, entre aplausos,
se pueden creer que el paraíso que decía Boabdil se acurrucaba entre
relámpagos, pero quiso salir María, tras un largo cortejo de banderas corporativas
y salió la Amargura de los granadinos a
zambullirse con ellos de amor y también por qué no a seguir ayudando a aquel
que lo necesita de esta sublime Dama divina que nació de esa nueva conversión
del paraíso que trajo el rey de castilla, crestería y bambalinas que pareciesen
bordadas por los conventos de los decimonónicos tiempos a orillas de la Alhambra,
pero son de ahora, tras “superarse” la mera copia, ahora Sevilla es el canon y
Granada la fuente. Pero aún queda… costó callar a los de la copa de balón que
discutían y discutían de banalidades cofradieras mientras la Amargura casi se
les va entre el cantar de la saeta del que pregonó su coronación, como hacían
los viejos pregoneros, desde un balcón y un recital que emergía entre la
multitud de una chavala que el “metralleta” de Salteras casi se encarga de
tapar mientras la misma banda que justamente un año antes me hizo sentir el
aliento materno del cielo ponía banda sonora, con sendas marchas himnos donde
el cante llenó de júbilo glorioso el penar de Maria, pero hoy si le cabía, hoy
era fiesta, hoy era María, daba igual si lloraba, hoy Ella estaba en la gloria
y ese sabor de Andalucía le encajaba tan bien como esa gloria de plata en el
cielo de su palio.