Se me hizo extraño levantarme un
Lunes Santo y encaminarme después de unos cuantos años ya, al trabajo. Tocaba
volver a una realidad que sabía que algún día tendría que regresar, a Dios
gracias para cómo está el patio, y se me hacía raro no dedicar por entero las nuevas
horas en la semana de la gracia sin disfrutar de pasos. Aun así, las
alternativas estaban programadas, algo al terminar la jornada iría a ver. En un
momento pensé incluso ir a Granada o Córdoba, donde echaron la tarde los amigos
David y Pedro, pero pensé en que quizás sería un gran desgaste y opté por los Lunes
Santos que ofrecen mi provincia, incluso viendo hermandades en varias
localidades, como Jaén y Linares. Pero lo programado se rompía nada más llegar,
la particularidades de mi trabajo, hicieron que se reprogramase la jornada
prevista, así que estaría trabajando hasta las tres y media de la tarde, volvería
a casa a descansar para volver a las diez de la noche y desarrollar la jornada
del Martes Santo durante la noche, hasta las ocho de la mañana. Esto me dejaba
sin Lunes Santo, peor lo pasó un compañero que en la tarde noche salía debajo
de un paso en el pueblo… como para
meterse uno a sacas pasos y luego encontrarte estas sorpresas… aun así los que saqué
me tuvieron en vilo hasta el mismo Jueves Santo y ya saben lo que vino después
del Viernes Santo.
Pero era Semana Santa, no podía
ser un lunes más del año, peor incluso que esos Martes Santos sin pasos en las calles
pero donde por lo menos veías la magia que no se hizo detenida en los templos. Había
una opción… después de comer, podía ver la salida de la Oración en el Huerto en
Linares y volver a casa a dormir algo o también ir, algo más lejos, hasta Jaén
y ver solo una salida de las dos corporaciones que se ponen en la calle en la
capital del Santo Reino. Me decanté por las propuestas que me ofrecía la
hermandad de la Amargura de Jaén, con un misterio, una Virgen impresionante,
una apuesta cofradiera que comparto y el trabajo de unos hombres comandados por
alguien con el que me identifico en sus formas, no de mandar sus pasos ya, sino
en sus formas de hacer cuadrillas de costaleros, volver a disfrutar del trabajo
humilde de Rafael Mondéjar.
Un viaje quizás demasiado rápido,
había que ir, ver y volver en unas tres horas que me puse como tope. Pensaba
que iba a llegar ya con la cofradía en la calle, pero cuando dejé mi coche en
el parking cercano del Gran Eje y me acerqué hasta el contemporáneo templo el Salvador,
estaba casi asomando las maniguetas del misterio de Jesús Despojado. Era la
segunda vez, tras la magna que veía salir a este Cristo moreno tostado por las
tardes de sol en el bajo Jaén, siempre mirando al cielo, quizás perdiéndose en
la belleza del Castillo de Santa Catalina, una de las joyas a mi gusto de esta
provincia. Quizás miraba la cruz que corona el cerro, como Gólgota en el que se
encontraba y donde se alzaría como trono real, para cambiarlo todo para
siempre… hermandad joven, que aún sigue presentando su construcción, como en la
talla del gran paso de misterio o en la conformación del conjunto iconográfico,
ese día estrenaban una secundaria más para este diferente conjunto del expolio
de las vestiduras de Cristo en el monte Gólgota. Es el Despojado, pero nadie lo
desnuda, es el único pero que encuentro en esta escena de José Antonio Cabello,
aunque por lo demás veo muy rica la investigación a la hora de conformar la escenografía.